Son muchas las ocasiones en las que padres y madres vienen en busca de ayuda ante una problemática clara: “He ido a hablar con la tutora y mi hijo tiene dificultades para aprender la lectoescritura”.
Cuando nos topamos ante esta situación, es importante hacer un análisis global de aspectos fundamentales a tener en cuenta, puesto que muchas veces el conflicto no emana de donde parece.
Empezaremos desmitificando que a una edad concreta los niños y niñas tengan que saber leer y escribir.
No, no existe necesariamente ninguna dificultad si a los 6 años tu hijo no sabe aún leer y escribir. Las personas, independientemente de nuestra edad, tenemos ritmos diferentes para adquirir nuevos aprendizajes. Empiezas en un nuevo trabajo junto con otra compañera, las dos desempeñáis las mismas tareas, pero una entiende todo a la primera y en dos días parece que lleva allí toda una vida, y en cambio tú, llevas dos semanas y aún te surgen dudas…¿Tienes dificultades? Pues definitivamente NO, tienes un ritmo distinto.
Por otra parte, los métodos tradicionales de enseñanza tampoco ayudan.
Y no hablo de la lectoescritura en concreto, que también, si no del cómo en general. Contenidos que sólo se pueden acceder a ellos a través de hojas escritas interminables. ¿Nadie se ha preguntado que quizá esto sea uno de los motivos del fracaso escolar? Que quede claro: los niños aprenden en movimiento, manipulando a la vez que exploran su entorno.
Y de los deberes obligatorios ya ni hablamos.
Cuando eres consciente de que te cuesta hacer algo más que al resto y de que continuamente te equivocas y así te lo hacen ver tus profesores, el enfrentarte a “eso” que sabes que no eres capaz, es una tortura continua. Día tras día, hay niños y niñas que lloran a la hora de enfrentarse a los deberes sólo por el simple hecho de tener que escribir. Y no, no necesita una profesora particular, lo que necesita es que los adultos nos pongamos en su lugar y nos salgamos de nuestra zona de confort. ¡Nos las tenemos que ingeniar para que el aprendizaje sea un juego!
La penúltima, la falta de enseñanza individualizada.
Porque esa es otra, profesores enseñados a llevar una clase modélica, en la que todos aprenden a la vez, cuando la realidad es que, como mucho, sólo un tercio de la clase son los alumnos que se adecuan al cronograma programado. El resto, niños con ritmos diferentes, con maneras diversas de entender la información y, a veces, con dificultades reales imposibles de atender como merecen.
Y acabamos con la competencia entre los mismos niños y niñas.
Y es que llega un momento que las notas de los exámenes, las correcciones en voz alta y los fallos en rojo, hacen estragos en la autoestima de los niños. Estamos creando una competencia abrumadora entre los niños y niñas de la clase, movidos a estudiar para ser mejor que el de al lado, para no tener un negativo en clase o para recibir un premio de sus padres por su esfuerzo. Pero, ¿dónde queda la verdadera motivación por aprender?
El resultado de esta combinación explosiva son niños con una baja autoestima, que se sienten incapaces de conseguir lo que se proponen. Niños que actúan por agradar al resto y no a ellos mismos. Niños para los que asistir al colegio, se convierte en un verdadero martirio.
Después de todo esto, sólo un pequeño porcentaje tiene dificultades reales.
Y vosotr@s, como madres y padres, ¿sentís a vuestros hijos reflejados en este artículo?
Lorena Solbes Gálvez
Psicopedagoga y Acompañante Infantil