

Todos conocemos las sensaciones que produce un insecto caminando por nuestro antebrazo, un jersey de lana gruesa y áspera directamente sobre nuestra piel o, un calcetín mojado colocado en nuestro pie y dentro del zapato al caminar. ¿Seríamos capaces de desarrollar nuestro día a día sintiendo constantemente estas sensaciones? La respuesta es unánime: No, no seríamos capaces; y, si lo fuéramos, sería muy desagradable y seguramente llegaría a afectar de manera importante la forma en la que desarrollamos el día a día, nuestro humor y las relaciones sociales con nuestro entorno.
La inhibición es un proceso neural en el que una parte del sistema nervioso impide que otra sobrerreaccione a la información sensorial. De esta forma, nuestro sistema nervioso es capaz de “ignorar”, por ejemplo, las reacciones táctiles que la ropa se encuentra constantemente produciendo sobre nuestra piel.
¿Qué ocurre cuando esto no sucede de esta manera y las sensaciones llegan “sin filtro” a nuestro sistema nervioso? Estamos frente a un desorden de modulación sensorial a nivel táctil denominado “defensividad táctil”.
La defensividad táctil es la tendencia a reaccionar negativamente y “a la defensiva” ante estímulos táctiles, pudiendo ocurrir en determinadas circunstancias o, ante varias. El sistema nervioso del niño con defensividad táctil no es capaz de inhibir de manera correcta todas las sensaciones táctiles que le llegan y no son necesarias, y esto, le hace sentirse sobreestimulado, incómodo, le empuja a moverse constantemente, perder la atención o ser incapaz de centrarse en una tarea, responder con perretas y enfados…
Actividades de la vida diaria (AVD’s) como lavarse la cara, el pelo, cortarse las uñas, ingerir alimentos con texturas diferentes o incluso recibir una caricia o una abrazo, suponen para el niño con defensividad táctil un desafío al que su sistema nervioso no es capaz de hacer frente con éxito. Por ello, las respuestas del niño con defensividad táctil ante este tipo de actividades no son las esperadas y aceptadas socialmente sino que suelen parecer desproporcionadas y negativas “sin razón aparente”.
Permitir al niño entrar en contacto con diferentes sensaciones generadas y elegidas por el mismo da lugar a una mayor aceptación de las mismas, ya que el sistema nervioso interpreta de forma más positiva las sensaciones del tacto que genera el propio niño que las que despierta otra persona. Por esta razón, los niños con defensividad táctil suelen aceptar mejor a la hora de lavarse la cabeza que el agua les caiga por la cara cuando son ellos los que manejan la alcachofa de la ducha, que cuando es un adulto el que está manejando dicha alcachofa.
La paciencia y la comprensión por parte del entorno del niño, junto a una correcta intervención de terapia ocupacional desde el modelo de Integración Sensorial ayudará al niño en su proceso integrador, directamente relacionado con su funcionalidad e independencia en el día a día.
Paula Fernández Pires Terapeuta Ocupacional